Corrupción, complicidad e impunidad
Por: Ámbar Gómez
McDougal.-
Tradicionalmente
se asume como premisa que la corrupción es generada por la pobreza y la falta
de educación. Esa generalización manipulada tiene como trasfondo criminalizar a
las personas de escasos recursos y endilgarle a los pobres, excluidos y marginados
los enormes problemas que genera este flagelo. Quienes defienden este argumento
pierden de vista que los grandes daños en la sociedad lo cometen los grandes
empresarios y personalidades del mundo político, así como personalidades con
niveles aceptables de instrucción formal, informados y con plena conciencia de
sus acciones.
Hay que pensar
en que las personas de escasos recursos son víctimas del oro corruptor que
acumulan poderosos o tutumpotes (como decimos en buen dominicano). Con esas
fortunas generalmente mal habidas se las arreglan para evitar las sanciones a
sus prácticas aberrantes. En ese contexto aparecen las redes de impunidad que
se fundamentan en “pactos” y complicidades generales que concluyen con arreglos
de “borrón y cuenta nueva”.
Hay opiniones
tan severas en torno a la corrupción como la del sacerdote brasileño Fray Betto
quien afirma que: ¨El corrupto no sonríe, agrada; no saluda, extiende la mano;
no elogia, inciensa; no posee valores, sólo saldo bancario. Se corrompe de tal
modo que ya ni se da cuenta de que es corrupto. Se tiene por un negociante
exitoso¨.
Ahí germina, se
desarrolla y se afianza la impunidad y se convierte así en la peor forma de
corrupción. Ella hace girar el ciclo perverso de la corrupción en cualquier
ámbito de la vida. Por tanto, la impunidad debe ser el centro de atención de
quienes alientan la lucha contra la corrupción y la revolución de la
transparencia. Mientras existan las condiciones que favorecen la impunidad no
habrá transparencia, no importa el contexto de que se trate.
Corrompe quien
tiene el poder o se beneficia de él. ¡Tan perverso es el corruptor como el que
se deja corromper! Por tanto, la impunidad es la peor forma de corrupción y
alimenta el sistema de corrupción imperante en las sociedades del siglo XXI.
Esas redes de complicidades que se forman para neutralizar la acción normativa
son las que propician la impunidad. Las acciones dirigidas a combatir la
opacidad y el oscurantismo con que se manejan los asuntos que pueden ser de
interés público encuentran en los círculos de impunidad sus mejores aliados,
agravándose cuando se trata de las cúpulas empresariales o políticas.
Es cierto que la
pobreza y la falta de formación y/o educación generan espacios para el fomento
de prácticas corruptas, pero estas se dan a baja escala. Son aberrantes y
antiéticas pero la gran corrupción tiene como colofón los altos niveles de
impunidad apoyados en regímenes jurídicos e institucionales débiles. Razones
tendrán quienes afirman los “jueces condenan a los inocentes y que al hombre
pobre el juez no le creen”. Mas un nuevo dicho que hay ¨si vas a robar que sea
mucho¨, porque el dinero te garantiza salir rápido de la cárcel o más bien no
llegar a pisarla.
Se avanza en el
proceso de fortalecimiento e institucionalización del sistema de Justicia y se
exhiben algunos avances pero persiste la incredulidad de la gente en el sistema
de Justicia. Si a esto se agrega la desarticulación y la debilidad de los
contrapesos que soportan tanto al sistema social como al político, es grande el
fundamental del Estado social y democrático de derecho plasmado en la
Constitución de la República, promulgada el 26 de enero del año 2010. Un
ambiente preocupante que requiere acciones sólidas, coordinadas y contundentes
para romper los diques que capturan las energías transformadoras de la verdad y
la justicia. Evitar que las malas acciones mengüen las fortalezas de las
políticas de transparencia es la senda para superar las lacras que generan la
impunidad.
Esta comprobado
que hay una relación directamente proporcional entre pobreza y corrupción. A
mayor nivel de corrupción mayores niveles de pobreza. También se conocen los
efectos destructores de la corrupción pero es la falta de sanción que sirva de
ejemplo, tanto jurídico como moral la que hace fértil el terreno para la
delincuencia organizada que sustenta la impunidad.
Impunidad,
corrupción, pobreza y exclusión se combaten con capacidad institucional y
contrapeso social, con acciones sociales colectivas, bien coordinadas y
orientadas a la creación de capacidad productiva. Ampararse sólo en el sistema
normativo o en la represión sin atacar la raíz del problema es una
irresponsabilidad. Los bajos males cíclicos. Esos son los males que se deben
combatir. Hay que desarrollar estrategias que fortalezcan la capacidad creativa
de la gente. Armada de esa creatividad la ciudadanía puede enfrentarse a los
desafíos a los que está expuesta.
Los cuantiosos
recursos que se invierten en la lucha contra la corrupción, tanto de los
Estados como de los organismos internacionales deben dirigirse a combatir la
impunidad y fortalecer la institucionalidad. Deben ir a fortalecer el capital
social para crear las capacidades ciudadanas para desarrollar sus habilidades
en un entorno productivo. Es potenciar las capacidades de la gente para mejorar
la calidad de vida a través de políticas educativas coherentes, integrales, con
calidad y equitativas.
Para transformar
los entornos sociales, empresariales, religiosos, familiares e institucionales
se requiere la acción activa, responsable y decidida de la ciudadanía, de las
organizaciones, así como de los activistas y animadores sociales. Esto sumado a
la implantación de formación cívica y social daría como resultado un entorno
donde el decoro y la probidad sean los valores orientadores del accionar
colectivo.
Una educación
tolerante, pluralista, democrática y multicultural. Una educación que dote a
los ciudadanos de las herramientas para transformar esta democracia
formal-electoralista en un instrumento de cambio al servicio de la ciudadanía,
una educación orientada bajo los postulados de Paulo Freire, una educación
liberadora. “La mejor forma de revolución es la educación” dijo José Martí y
eso es fundamental y gracias a Dios este gobierno lo está logrando.
En conclusión,
para superar los vicios generados por la impunidad y evitar que la complicidad
la transforme en corrupción es necesario abordar la cuestión de la impunidad en
vez de concentrarse en la lucha contra la corrupción. Por esta vía se rompen
los canales de alimentación del sistema de complicidad general donde florece e
impera la corrupción en sus diversas expresiones. El norte de las acciones es
claro: enfrentar la impunidad para evitar la corrupción y superar la miseria,
el atraso, la exclusión, la marginalidad y la pobreza.
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