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Democracia y café






No existe nada más democrático que el café, quizás porque su aroma despeja cualquier malestar; o, porque también, es capaz de zanjar los disgustos aderezando el diálogo. Facilitándole a las neuronas la empatía de las buenas ideas, despejando la mente cansada; dejando que la vida sea vida y fluya por entre el intersticio de los antagonismos.


Imagen ilustrativa de una taza de café Externa

El café es a la vida, lo que una manzana a la Navidad; es a la cordialidad, lo que el aceite a un motor. Viabiliza “per se” la amistad. Incluso la amistad estropeada, la que ha perdido calidez, porque como diría el Gran Isabelino: “Una amistad que se ha enfriado se convierte en una dolorosa ceremonia”.

Así como por el sufrimiento viene la inicial protesta del que lo padece, cualquier inadvertido se quejaría de que es amargo; pero, aunque usted lector, lectora, no lo crea, superado el umbral de la amargura aparece su auténtico sabor, que en efecto no es dulce; sin embargo, es confortante y le ayuda a uno en la reciedumbre del carácter, y para sortear las trampas de la intemperancia del temperamento.

Un buen cafetero primero huele, porque en el efluvio del aroma va todo; cual primicia eficiente de su calidad, ya anunciada; o, ya denunciada, porque no reúna los requisitos de la adecuada torrefacción. De ordinario, una vez su olor atempera la estancia pesarosa, se desvanece como por encanto cualquier hastío.

Es bueno para los novios, si a seguidas un vaso de agua diluye el rastro de su sabor, que sin el auxilio de una menta puede espantar los besos; mas no los versos, que muchas veces se desgranan en el madrigal que declama el amante insistente, inquieto por los naturales desvelos de un requiebro.

En cada colada, el o la que lo cuela se juega su reputación. Es que el café, aun cuando se cuele claro u oscuro, no admite medias tintas. Es radical. Está bueno o malo. Distinto al ladrón que hace la ocasión, el café propicia el momento para que las cosas buenas ocurran y para que socialmente se habiliten los espacios para el diálogo.

Cual oficiante de una liturgia cotidiana, a guisa del maestresala de una ceremonia, nos introduce en un convite para obtener la gala de los deleites. De sus pocillos sedimentados por el asiento de su borra—poso a poso—nos vienen las fuerzas para madrugar y trasnochar, las energías para alistarnos en la milicia de nuestra existencia.

Independientemente de que a uno se le barajen los planes por romper la costumbre y tomarlo de pie, más de un desesperado ha intentado leer en el fondo de una taza que atrapa la zurrapa, y, voltearla al fuego en la búsqueda de respuesta a su falta de fe, solo para escuchar de una vieja curiosa el falso consuelo del augurio que anuncia la recepción de una carta entreverada con un dinero que no llega, o la ventura de un amor que se anuncia.



Líderes políticos firman el Pacto por la Democracia.Listin Diario

En las reuniones con monseñor Agripino Núñez, en la PUCMM, éste brindaba un café bien avenido, de mansedumbre y firmeza, que siempre terminaba en felicísimos desenlaces. Y, se pregunta uno, ¿habría podido suscribirse el “Pacto Tripartito” o la Constitución de 2010, sin ese café?

Tal vez, porque enjuga lágrimas y deshace penas, los velorios que otrora eran unas maratónicas jornadas de insomnio forzado, son inconcebibles sin galletas y sin el café que aleja el sueño, y que avispa para los cuentos que al principio se dicen entre susurros, pero que al final se proclaman a risotadas.

Si quisiésemos personificar en un producto las bondades de la democracia ningún otro como el café, ya que dos ideas son indispensables para que se evidencie el Gobierno del Pueblo: Libertad e Igualdad, presentes ambas en la aromática bebida. Es que somos libres para prepararlo y servirlo a nuestro particular gusto, e iguales por demás, una vez, su presencia traspasa todas las clases sociales.

Mucho tiempo después de que la greca sustituyera al colador de tela, está presente por la mañana en la pantalla chica patrocinando los desayunos televisados donde entrevistan a los políticos y hace de auxiliar periodístico acompasando las pausas comerciales y los silencios. Interludio necesario para evadir las preguntas sin respuesta.

La globalización lo hace universal en el siglo XXI, una vez podemos consumirlo como licor espirituoso o helado—con y sin hielo—al mismo tiempo como expreso de máquina, medio pollo cortado y aguado en la especie americano. Acaramelado al modo de Miami en una colada “cuban cofee”; y, con dejo francés un “café au lait” o cremoso en la bendición de un capuchino. Pero con aliento de fuego al whisky en el “irish cofee”; o bautizado con Carlos I en el carajillo español.

José Ramón López en su célebre ensayo “La alimentación y las razas”, pondera las características de ayunador del hombre dominicano, y la frugalidad del desayuno familiar que apenas se componía en el siglo XIX, a su decir: “de una tacita de café con leche, pan y mantequilla, en cortas proporciones; y, con este alimento insuficiente van todos, letrados y obreros…”.

Recién graduándonos de abogado en los 70, acostumbrábamos ir a “La Cafetera”, de la calle “El Conde”. La catedral del café, donde también exponían cuadros cubistas de “Condesito”, y los dibujos de Virgilio García, que los promocionaba vestido de torero, porque el café, también es arte… no lo dude.

Finalmente, propicios son estos días, cuando el país se recupera del sobresalto de la amenaza de que el café fuera sobre gravado, y se disiparan los peligros de una protesta, similar a la que encendió la Revolución Americana cuando los ingleses gravaron el té.

Que para conjurar desencuentros y buscar la unidad de los dominicanos, nada como un buen café “agripineado”, que entre taza y taza de humeante tinto, nos alcance la concertación política necesaria para redactar un nuevo “Pacto por la Democracia”, que asegure el desarrollo y la paz en los próximos años.

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