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Impunidad es incitación

Pablo McKinney
pablomckinney@gmail.com

CRUELDAD MATERNA.- De niño, en Baní, uno añoraba ir a marotear mangos a la finca de tomates de la empresa Peravia Industrial “La Famosa”, que cuidaba escopeta en mano y con muy malas pulgas don Renato. 

La finca era bordeada por el canal Marcos A. Cabral, y en él aprendimos a nadar y a pescar los muchachos del barrio Mejoramiento Social. Eran unas escapadas maravillosas, pero yo tenía un problema: la sanción segura de doña Yolanda. Y es que doña Yolanda, la mía, o sea, mi madre (no la gran amiga ni la madre del amigo), era tierna y cariñosa pero sumamente estricta ante mis faltas, frecuentemente sancionadas con una “pela de chancleta de goma” de las de mi padre, o con una de sus correas humedecidas para la ocasión. Y por supuesto, el castigo mayor: Se apagaba el televisor, ay, y no había “Perdidos en el espacio”, ni “Bonanza”. ¡Cuánta crueldad materna! Fue así como aprendió uno, que cada falta conlleva una sanción. Así se iba educando el carácter aventurero y libertino, la tendencia al caos jodedor de aquel carajito en sus años primeros, donde ver las tetas de Brigitte Bardot retratada en “La cámara la vio así”, editorial de la página 8 del vespertino Última Hora, era más importante que aprenderse el nombre de las capitales europeas o los ríos de América del Sur. Y eso no lo podía aceptar una madre tan cariñosa, pero a la vez tan implacable en la disciplina, como la profesora doña Yolanda Ortiz de McKinney.

“UN RAYO QUE NO CESA”. - Pero volvamos a la sanción, que a partir de ahora llamaremos impunidad. Precisamente, por falta de sanción, en la sociedad dominicana la corrupción es ya un rayo que no cesa ni respeta sectores; apenas acepta una que otra excepción, “flores de fango” quiero decir. Un empleado público equis no hace su labor, pues está en la nómina por méritos de campaña y estos le hacen intocable, es decir, impune. Por lo mismo, por la maldita impunidad, el caos del tránsito aumenta, y no hay día en que uno salga a la calle y no se encuentre con un vehículo transitando sin placa. Nuestro problema no es la corrupción sino la impunidad, el descaro, la fantochería y el exhibicionismo. El asunto es sencillo, (como mirarme en tus ojos): lo que no se sanciona se celebra, y cual Milano, no deja de crecer. La impunidad es la mejor y mayor incitación a la corrupción, y en eso estamos los dominicanos desde que hace ahora mil años comenzamos a jugar a ser demócratas siendo trujillistas, a ser “progres” siendo machistas leninistas, a proclamarnos “liberales” siendo autoritarios e insolidarios con las minorías. Toda sociedad sin capacidad para sancionar delitos está condenada al caos y a la anarquía, y a las calles del Gran Santo Domingo me remito.

LA CORRUPCIÓN COMO NORMA.- Además de la mejoría en la cobertura de algunos servicios sociales y el freno a los asesinatos políticos del trujillismo y su ampliación en los doce años, el gran mérito de la democracia dominicana ha sido lograr la “democratización” de la corrupción (siempre público/privada), que ya no solo es asunto de aquellas élites del siglo XX pre-democrático, o sea de los Trujillo y sus familias aún reinantes, ni de los 300 millonarios de su delfín más ilustrado. ¡Quién lo diría! Tanta cháchara democrática desde 1961 para acá, y al final resulta que, por falta de sanción durante todos estos años, gran parte del pueblo dominicano está convencido de que hoy la única falta sin perdón en nuestra sociedad es la pobreza, y está actuando en consecuencia en el Estado, en la empresa, o el “punto”. ¿Hacia dónde va una sociedad donde la corrupción es norma y la honradez excepción? Tengo la respuesta, lo que no tengo es espacio. Con su permiso.

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