Vientos de cambio
Trujillo ejerció lo impredecible como máxima de su gobierno, al punto que no había garantía de que aún haciendo “lo correcto” uno no podía ser “destutanado” por cualquier “quítame esta paja”, y esta dinámica no era más que otra forma de expresión del terror de cara a la dominación total. Pues el terror, para que sea efectivo, debe ser impredecible, irracional, ilógico y desproporcionado.
Balaguer refinó la pócima en democracia y acostumbró títirimundati a esperar los 27 de febrero o 16 de agosto como fechas de cambios en el tren gubernamental; al punto que muchos recogían escritorios y tenían todo ordenado… no vaya a ser que fuera cosa.
En mayor o menor medida, todos los presidentes desde 1978 renunciaron a esa práctica; ya sea porque no ejercían el liderazgo total en sus partidos; porque su vocación democrática les conminaba a administrar el poder de manera ecuánime; o porque fueron conscientes de que la toma del poder era resultado del esfuerzo colectivo partidario y, por tanto, a él se debían.
Del año 1996 a la fecha los cambios en el tren gubernamental fueron escasos en cada cuatrienio, y así como Hipólito petrificó su gabinete, Leonel y Danilo fosilizaron los suyos al punto que algunos funcionarios duraron no cuatro años, sino ocho… y algunos hasta dieciséis.
La clave de la evolución es el cambio. Mantener los mismos funcionarios en sus zonas de confort, independientemente de su eficiencia, genera redes de poder en torno a ellos que tarde o temprano resultan funestas. Un ministro es un político, pero su anillo transmite en otra frecuencia diferente a la del poder o el partido: la de acumulación. En esa lógica, a medida que pasa el tiempo la posibilidad de que ocurran indelicadezas (aunque sean “subsanables”) se agranda.
La idiosincrasia del dominicano esperaba un cambio de gobierno el 16 de agosto de 2024. “Nuevo gobierno, nuevo gabinete”, axioma simple que Abinader no quiere aplicar. Más allá de la eficiencia o no de todo su tren gubernamental, “el cambio dentro de El Cambio” era mandatorio; sobre todo porque Luis ahora debe trabajar de cara a la historia y la enciclopedia, mientras algunos sólo trabajarán de cara al 28.
La rebelión ya comenzó en forma de justo reclamo. Dentro y fuera del partido se exige lo mismo. Más que rotación, destituciones de quienes no dan la talla, ascensos de los que si, nuevos nombramientos, etc.
El presidente se juega el 27 de febrero su última carta para relanzar el gobierno. Si no lo hace, el partido, la oposición y la sociedad entenderán el mensaje… y todo será un lento rodar cuesta abajo hasta el 28. Si lo hace, todos sabrán que hasta el último día, quien manda es él, y le temerán; y nadie se pasará de contento.
Pero eso es una decisión que le corresponde exclusivamente al presidente… a nadie más.
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