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Educación: Nuevo ministro y viejos problemas




Al margen de habilidades profesionales y solidez curricular, casi todo el que ha llegado lo hizo antecedido de una premonición pesimista y fatal: el fracaso de sus antecesores. Si desafiando esa desventurada historia, Luis Miguel Decamps lograra conjurar el sortilegio, presumiría el título del último afortunado. La probabilidad, sin embargo, queda subordinada a la actitud institucional que, desde el principio de su gestión, adopte el recién nombrado.

En todo caso, las razones del desmadre general de nuestro sistema educativo siempre han estado claras, sin relación alguna con la suerte o el azar. Ampliamente debatidas, parten de elementos habituales y comunes, desgraciadamente replicados de generación a generación. Prácticas de un ejercicio viciado, politizado y metodológicamente rezagado. A partir del 2013 (luego de la asignación del 4% del PIB), las evaluaciones, basadas en el enfoque por competencias individuales, evidencian elevadísimo costo y paupérrimos resultados, propios de un sistema educativo estancado o, en palabras extremas, fracasado.

Sin que el orden implique mayor o menor importancia, empecemos con la primera razón. La fatídica atracción de la seducción política. Salvo contadas excepciones, muchos llegaron al Ministerio de Educación (MINERD) convencidos de “su estatura presidenciable”. Tan imprecisa como errada, esta miopía aumentaba en la misma medida que bufones y alabarderos soplaban los oídos de los incumbentes, persuadiéndole de que, desde allí, su “destino político estaba sellado”.

La politización de la educación desata el vendaval clientelista. Inunda la nómina del ministerio, que antes que una herramienta para servidores y técnicos avalados la convierte en nutrida clientela de adulones y allegados, promotores del activismo político a la sombra del presupuesto y algunas licitaciones dudosas.

Expulsado principalmente por su arrugado carácter, Ángel Hernández no cayó en la tentación política, pero tampoco salió victorioso, pues, cumpliendo con la cuota partidaria, prescindió de expertos valiosísimos y técnicos reputados, mientras disponía de una matrícula tupida de compañeros y correligionarios.

En segundo lugar, y no menos pernicioso, el círculo de “los amigos del ministro”. Anillo de mercachifles y vendedores de ilusiones, por lo común proclives a la corrupción, con más atención en los negocios que atraen los recursos que en las necesidades prioritarias de la comunidad educativa y los deberes de la institución.


Los pecados capitales del sistema educativo son los mismos desde hace 30 años. ARCHIVO/LD

El tercer elemento es el desfasado modelo de enseñanza. Casi industrial, la categoría pedagógica funciona como un cíclico “repartidor de tareas”. Desgastado, se apoya en el esfuerzo memorístico a expensas del examen inquisitorio que, por machacona experiencia, arrastra un hondo desajuste histórico, inconsistencia de los rigores evaluativos y espantosos niveles de entendimiento y comprensión.

Por último, las debilidades y el estancamiento del cuerpo docente. La incompetencia creativa y la falta de formación derivan del mismo sistema educativo.

Añadiendo otra visión errática y negado a evolucionar, el gremio de profesores sobreutiliza un “método de lucha”, cuya práctica fundamental radica en la interrupción constante de la docencia pública. Detrás de conquistas y mejoras salariales, atrapada en su pasado, la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), empuña la bandera partidista, a costa del descrédito profesional y en desmedro de los hijos de la pobreza social. Sin ingenio para superarla, la metodología tiende a empeorar la atención estudiantil, y entre otras fallas, a estimular el ausentismo, la vagancia y la deserción.

Los pecados capitales del sistema educativo son los mismos desde hace 30 años. Politización, corrupción, obsolescencia metodológica y pérdida irrecuperable de docencia. La sumatoria conduce al anquilosamiento crónico, incapacidad y escollo generacional que impiden vencer el atraso y avanzar.

Al flamante ministro, sin embargo, nadie le perdonará apelar al desconocimiento ni mucho menos a la improvisación; todos los diagnósticos acerca del problema educativo reposan en su escritorio o, para mejor decir, a la distancia de un click. El país cuenta, además, con reconocidos profesionales y especialistas consagrados en las diferentes ramas del árbol pedagógico.

Novicio en el sistema, probablemente ajeno a las enmarañadas interioridades del ministerio, para salir adelante, Decamps deberá contar, antes que nada, con inteligencia pragmática, equipo eficiente y prudencia magistral.

Tres semanas ante de abandonar el cargo, Ángel Hernández y la ADP zanjaron diferencias; mediante un convenio mostrenco consensuaron las bases para la evaluación del desempeño docente, mismo que, parecería desconsiderar a los que cumplen y premiar a los incompetentes.

De tanto repetirse ya envejeció el refrán que reza: “del Ministerio de Educación no ha salido nadie sin quemarse”.

¿Será este el ministro que conjurará el maleficio? Ojalá sea…

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