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El PRM en su laberinto peledeísta




Tal que en nuestra política vernácula, arrastramos el vicio de jugar a trujillos o torquemadas cuando las cuentas pre-electorales no nos salen. Ya me explico: Se supone que los partidos realicen primarias abiertas o cerradas para, a partir de sus resultados, elegir su candidato presidencial. Sin embargo, se está haciendo costumbre en nuestra fauna política que algunos de los posibles perdedores busquen argumentos para desmontar resultados o incluso para evitarlos, que fue lo que ocurrió en 2012 en el PLD cuando, de haber participado en las primarias, la favorita con mil cuerpos de ventaja hubiese sido Margarita Cedeño. 

La decencia democrática mandaba entonces a celebrar esas primarias y que ganase quien decidieran los miembros del partido morado... pero no.

En tales circunstancias, el argumento fue y es el mismo: “El favorito no puede ser el candidato, porque su candidatura no unificaría a la organización”. ¡Ñó! Pero cómo no va a unificar al partido quien ha vencido en sus primarias. Si no unifica el vencedor, ¿cómo lo hará el derrotado? Lo primero es una opinión, lo segundo es un dato. Estamos locos, Lucas.

Ahora toca el turno al gubernamental PRM, con su fratricida herencia perredeísta, colocado en un escenario muy parecido al del PLD en 1999 o en 2012. ¡Ve qué vaina, Don Radha! Ahora resulta que el favorito en todas las encuestas, (que llega incluso al exceso de duplicar al más cercano de sus contendores) no debe/puede ser el candidato en 2028 “porque no unifica al partido”. Incluso, se ha llegado al absurdo de hablar de que sería una candidatura ¿impuesta? ¡Joder! Pero como puede ser impuesta la candidatura de quien ha ganado en buena lid? La imposición sería cerrarle el camino, imponer a otro que NO es el preferido de los miembros que es a quienes se debe la organización.

Lo descrito hasta aquí es el gran dilema al que se enfrenta el PRM, con un precandidato (hasta ahora mismo) favorito entre los electores, y las propuestas que desde ya (tres años antes) van surgiendo en su contra... (“Oh, PRD, abandona ya ese cuerpo”).

Para vivir en democracia hay que tener un corazón digno de ejercerla; de ejercerla y de sentarse en el bar de la esquina a escuchar el lamento de Juan Lockward atrapado en el laberinto de un amor impertinente y contrariado: “Qué dilema tan grande se presenta en mi vida/ ella tiene...”.

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