In God We Trust
Gran controversia entre los cristianos estadounidenses se ha generado a raíz de las drásticas acciones del gobiernode Donald Trump contra los inmigrantes, enfrentándose lavisión de la mayoría de los católicos con la que sostienen algunos integristas católicos, apoyados por los evangélicos conservadores.
Los primeros afirman que la defensa de los derechos de los inmigrantes se nutre del mensaje de Jesús (“porque fui forastero, y me recogisteis, Mt. 25: 35-36), que, aunque revolucionario, se remonta al judaísmo (“y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”, Ex. 20: 21) y es cónsono con su enseñanza de que prójimo no es solo el más próximo o cercano, sino también, como expresa la historia del buen samaritano, todo aquel que necesite nuestra ayuda, es decir, toda víctima, discriminado o excluido (niños, mujeres, hambrientos, sedientos, enfermos, perseguidos, presos y forasteros), a quien debemos considerar y amar como nuestro hermano, como se reafirma en declaraciones de obispos y cartas pastorales de la Iglesia Católica.
Los segundos postulan, inspirados en San Agustín y Santo Tomás de Aquino, el “ordo amoris”, como el vicepresidente J. D. Vance, católico para quien «existe un concepto cristiano de que amas a tu familia y luego amas a tu prójimo, y luego amas a tu comunidad, y luego amas a tus conciudadanos, y después de eso, priorizas al resto del mundo”.
Sin renegar del amor a nuestros familiares -pese a que Jesús fue claro en cuanto a que su verdadera madre y hermanos eran sus discípulos (Mateo 12: 46-50)-, amigosy conciudadanos, lo cierto es que, aunque la Iglesia Católica es, como decía Carl Schmitt, un «complexio oppositorum», donde conviven posiciones contrapuestas, en la doctrina católica, sin favorecer, en modo alguno, la política de “fronteras abiertas”, hay un gran consenso acerca de la necesidad de proteger a los inmigrantes.
Lo bueno de esta discusión es demostrar que, como señala Böckenförde, el Estado liberal no puede vivir solo sobre la base de los derechos, “es decir, sin tener un vínculo unificador que preceda” a estos. Y es que “el Estado liberal secularizado vive de presupuestos que él mismo no puede garantizar”, por lo que, para este Estado mundano, “en última instancia, es necesario vivir de los impulsos y las fuerzas que la fe religiosa transmite a sus ciudadanos”,pero no para configurarlo “como un nuevo Estado ‘cristiano’ sino, por el contrario” para que los cristianos entiendan “que este Estado, en su laicismo, ya no es algo extraño y enemigo de su fe, sino una oportunidad para la libertad, que también deben ellos preservar y realizar”.
Pero que el origen de los derechos humanos lo encontremos más cerca en el cristianismo que en los estoicos, que “todos los conceptos significativos de la moderna teoría del Estado [sean] conceptos teológicos secularizados” y que el Estado no deba ser ajeno a las creencias religiosas de sus ciudadanos, no conduce a una “teología política” à la Schmitt. Como advierte Joseph Ratzinger, la Ilustración, cuya reivindicación de la dignidad de la persona y de sus derechos prueba su “origen cristiano”, ha “nacido única y exclusivamente en el ámbito de la fe cristiana, allí donde el cristianismo, contra su naturaleza y por desgracia, se había vuelto tradición y religión de estado”.
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